Lo confieso: NO TENGO TELE. No tengo tele porque no quiero. Cuando me vine a vivir de alquiler lo primero que le pregunté al casero nada más ver “la caja tonta” es si se la podía llevar.
Mi sala de estar no gira en torno a la televisión: ni el sofá, ni los muebles… Nada. Tiene elementos decorativos hacen que me sienta muy a gusto de vivir donde vivo y como vivo.
Ah, que no lo he dicho: no tengo tele y SOY FELIZ.
Las noticias de miedo, odio, terror y muerte no invaden mi hogar. Sin embargo, tengo muy presente a la gente que sufre hasta el punto de que me duele su dolor.
No veo series y apenas películas, aunque reconozco que hay largometrajes muy buenos. Pero prefiero el guión de mi vida, ser yo la protagonista junto con cada persona que vive cerca o dentro de mí; me gusta más la banda sonora y el argumento que me sucede día a día, paso a paso, momento a momento.
Por supuesto; no veo el fútbol. A ese nivel estoy totalmente perdida: no sé cuando empieza la liga o la Supercopa ni me interesa quiénes son los nuevos fichajes de los equipos más relevantes. Mi alegría y mi orgullo no dependen de finales o copas. Y ¿sabes qué? Soy feliz.
Lo sé; soy un bicho raro, pero soy un ficho raro feliz.
No necesito que la tele me acompañe o que su sonido apague el silencio y la soledad porque el silencio me da paz y me hace crecer.
No; no es que nunca me haya puesto en frente del televisor, ni porque no haya sido forofa de ningún equipo. Lo he sido y en abundancia; puede que sea por eso por lo que la aborrecí. Cierto día dejé de sentarme con mi familia cada noche ante ella después de cenar. Así, ahí y entonces descubrí que se pueden hacer muchas cosas relajantes en medio del cansancio del final de cada día y actividades en familia más divertidas, agradables y enriqueceroras.
Hay una frase que me digo y repito, basada en la famosa cita de Marx: LA TELEVISIÓN ES EL OPIO DEL PUEBLO. Estoy convencida de que si cada persona del mundo desconectara la tele y no volviera a encenderla jamás, el mundo cambiaría: se apagaría también el miedo, se encendería la luz de la imaginación, de la creatividad, del pensamiento crítico y entonces comenzaríamos juntos a construir lo que tantos han destruido y siguen devastando.
Todo esto ha surgido porque ayer me enteré de que se ha terminado el ÚNICO programa de radio que escuchaba de forma habitual. El único que formaba parte de mi tiempo; el único que conozco que habla de la realidad, de lo REAL, no de lo que nos quieren inculcar. No tengo televisión por lo que ya he dicho y porque me parece una gran mentira. Coordenadas, sin embargo, hablaba de verdad, de la verdad, con el corazón, con nombres propios y gente comprometida por un mundo mejor; no era frío como cualquier noticiario, se preocupaba de lo que nos debería REVOLVER a todo el mundo antes de que lo destruyamos junto con todos los que matamos para mantener nuestro estado de bienestar (por cierto, eso también es terrorismo). En fin… Adiós, Coordenadas. Gracias, Esther Ferrero, y todos los que tantas noches me habéis enseñado, interrogado, conmovido, alegrado. Os voy a echar de menos, también a la buena, original y variada música que sonaba ya desde ese comienzo envolvente y característico con The Moon Asked The Crow. Aunque confieso que me entristece que se acabe el programa, es más la alegría de haberos conocido.