jueves, 15 de abril de 2010

VIAJAR, VER Y CONTAR

¿Con qué te quedas de París? ¿Con la Torre Eiffel? ¿Notre Dame? ¿Con qué te quedas de lo poco que has visto, de esas escasas horas de la noche que paseaste por la gran ciudad?

Me quedo con la mujer invidente que con su dulce voz embellecía los pasillos del metro mientras esperaba que alguna moneda cayera en su cesta.

Me quedo con los hombres cuya casa es el metro y su tesoro el saco de dormir. No tienen rostro porque el saco les tapa la cara, sólo tienen unas botas e intuyo que ganas de vivir.

Me quedo con el hombre con casa de cartón. Hay quienes llevan la casa a cuestas y quienes viven cuesta arriba por llevar una casa, a otros les cuesta llevar una casa y hay a quien le cuesta tener que cargar con su casa, o llevarla en brazos, buscarla entre los escombros, esperar un nuevo día para malvivir.

Me quedo con el hombre que conocí en el metro; por el olor que desprendía supongo que el alcohol era su gran aliado. Intentamos hablar, aunque los intentos fueron fallidos. Pero aunque así fue, cuando nos paramos en nuestra estación y despedimos a este personaje, su rostro se iluminó. Tal vez éramos los únicos que le habíamos hablado y escuchado en todo el día, tal vez… Pero ojalá que no, ojalá tenga más gente en su vida.

Me quedo con la sonrisa que ha provocado en mí ese bebé con su madre, me quedo con la ternura…

Y es que vaya donde vaya, aunque la luz de la luna, un paisaje magnífico o un gran monumento me deslumbre, siempre me fijo y me interpelo por la grandeza que nació y nace de la mano del hombre al contraste con la más grande miseria.


Y de propina, una canción de Pedro Sosa. Abajo tienes el enlace para escucharla.

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LOS ÁNGELES DUERMEN EN LAS ACERAS
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“Algunos los llaman el cuarto mundo
sólo los corazones que todavía
recuerdan el lenguaje de las estrellas
saben que los ángeles duermen en las aceras”.

Cayeron en las calles en un día gris
en los bancos del parque, su nube de papel
los charcos, las aceras, los portales,
al anochecer los vieron mirando un cielo
al que no pueden volver.
Sus alas se han caído y no recuerdan ya
de dónde han venido y si hubo alguna vez
un paraíso distinto, una sonrisa o una taza de café

Y entre un mar zapatos y aceras
en su isla de cartón viajan lejos
tan lejos de su paraíso
tan cerca del infierno al que cayeron.
Y el frío congeló la esperanza,
y el hambre hizo olvidar los olores
del mar y las flores en la noche.

Caminan por las calles, un mundo sin altura
no hay vértigo, no hay miedo, no hay donde caer.
Y mientras aborrecen el menú del hambre
tan cerca de la tierra el pan no sabe igual
caídos desde el cielo, atados en el suelo.
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