Lo reconozco; antes no entendía qué hacían en la calle, por qué trabajaban a ras de suelo, con cabeza gacha y un plato, un gorro o la mano extendida . No entendía por qué no cogían un instrumento y ponían color a las calles; en ese caso y por mi parte, habría caído algún centimillo. Además, ya sabes lo que dicen: que reciben ayudas, que hay organizaciones que les dan comida y ropa, pero piden para gastárselo en bebida, tabaco o droga.
Así pensaba yo hasta que hice una labor de voluntariado un sábado por las calles de Madrid. Nos introdujeron en la tarea las Hermanitas del Cordero, unas religiosas cuya labor es acompañar a los mendigos. No les dan comida, ni ropa, ni dinero... Les dan su tiempo, su compañía. Hace poco me dijo un amigo que “quien te dedica su tiempo, te está dando algo que nunca recuperará”.
Pues bien, ellas nos explicaron que para entablar conversación con ellos lo mejor es hacerse como ellos. Así que nuestra aventura comenzó dejando los bolsos y mochilas en casa de las hermanas. A partir de ahí, de tres en tres, fuimos por pleno centro de Madrid. Ir por Sol o por la Calle Mayor sin un céntimo, sin el móvil, sin nada... Es como ir desnuda ¿De qué sirve mirar los escaparates si no puedes comprarte nada? Así es como hoy día se sienten muchos, no lo olvidemos.
Primero encontramos a Sergio, un malagueño de unos 50 años que lleva más de 20 custodiando la puerta de una iglesia esperando una limosna. Su mujer está ingresada en una residencia por alzeimer y su hijo está estudiando. Él ha sido operado hace poco tras un infarto y la ayuda que recibe no es suficiente para sacar adelante a su hijo. Su mayor pesar es que su mujer no le reconozca y su día a día, escalofriante.
En la puerta de una administración de loterías estaba María, mujer de 80 años, con ojos llorosos, y largo cabello blanco. Había vivido mucho años en Venezuela y regresaron su hija y ella junto con el nieto pensado en la educación de este último. A la hija la operaron hace unos años. Viendo que no les llegaba el dinero para seguir adelante, en vez de quedarse en casa, decicidió salir a la calle. ¡Qué valor el de esta mujer!
Como ves, la vida de estas dos personas tiran por tierra lo escrito en el primer párrafo. Qué mala manía tenemos de generalizar, de poner etiquetas, de juzgar y criticar sin tener conocimiento de causa.
Hoy iba por Segovia y me he parado a conversar con Kevin. Él es extranjero. Cuando llegó a España, había trabajo y se compró un piso. Él es otra de las víctimas de los deshaucios. Ahora, con una mujer y tres hijos, no tiene trabajo y ha echado su currículum por todas partes. Lo tiene claro: dice que prefiere estar en un escalón en la calle esperando que le echen unas monedas que delinquir.
- Confío en Dios, confío en que esto va a cambiar- me decía.
Me he acordado del almendro, el único árbol que veo desde mi casa. El día que lo podaron estaba tan feo... No entendía que de repente lo dejaran sin ramas, que le privaran de unas cuantas primaveras sin flores. Y sin embargo, esa poda, hoy hace que tenga las ramas más fuertes y frondosas.