Estaba de visita, y de repente una niña empieza a pulsar sin parar el botón del ascensor.
- ¡Para ya, que lo vas a romper! - Exclaman a lo lejos.
Viendo que nadie le hacía caso, me he dirigido a ella, la cual me dedica su mejor sonrisa.
- ¿Qué quieres?
Haciendo un esfuerzo la he podido entender... Quería agua.
He ido a rellenar su botella y se la he entregado a cambio de que dejara de llamar al ascensor.
Intento retomar la conversación con mi favorito, y veo que otras dos se empiezan a pegar.
- ¡Pero vamos a ver! ¿Esto que es?
Me miran anonadadas, paran y siguen pasando el tiempo como pueden.
Por fin vuelvo con él. Le limpio las gafas, le escucho y me escucha, le observo y cuando se nos acaba la conversación, me despido.
- ¡Hasta pronto!
Él medio gimiendo dice:
- Eso espero, ya sabes donde estoy. Que tengas salud.
No podía irme sin despedir a mi niña favorita y, como siempre, me he encontrado con ella. Me encantan sus ojos. Anhela aquellos tiempos en los que era otra. Es sabia; aunque sus compañeras le atacan, ella tiene claro que no va a ponerse a su nivel. Me regala una sonrisa especial y me marcho.
Así es un día de visita en la “resi” de mi abuelo.
Son niños especiales. En su día aprendieron a andar y ahora en vez de usar carricoche, necesitan silla de ruedas. Aprendieron a hablar pero a veces pierden el habla de repente, como aquella de ojos azules cuyos gestos y gemidos no entendía. Aprendieron a vivir y así lo hicieron, pero ahora viven el día a día lo mejor que pueden esperando pasar a mejor vida.
Aquí dejo mi homenaje a los abuelos, en especial al mío, que es un tesoro de mi infancia. A todos les admiro; y también a los que cada día les acompañan, a los que les escuchan, a los que les visitan, a los que les cuidan...
¡Olé por ti, abuelo!