Segovia. Siete menos cuarto de la mañana.
Como cada año por estas fechas, sucede algo insólito: una reguera de gente se dirige a la Catedral.
A lo lejos, se puede contemplar al Monumento luciendo un aspecto poco habitual; lejos de estar iluminada, cuando las sombras de la noche la cubren, parece verse luz a través de sus vidrieras.
Siete menos cinco de la mañana. Comienza el ejercicio de la novena, sigue la eucaristía; el coro regala sus cantos, la Dama se viste de flores, y se nutre de sillas que junto a los bancos dan asiento a cientos de fieles que escuchan y responden a las aclamaciones.
Son nueve días en los que muchos segovianos hacen esta locura, locura de amor, que no idolatría, sino Amor de Madre. Quienes queremos y creemos en nuestra Madre del Cielo somos capaces de adelantar el despertador más de lo habitual y acudir a Ella. La recompensa es grande, entre otras, un sentimiento de unidad nos invade.
La fe sencilla y sincera es también auténtica. Esta fe no es solo de unos pocos, o sí… Si fueras, tal vez te sorprendería encontrar caras conocidas que no esperadas.
A mí me gusta ver al llegar la procesión de asistentes cuya masa es mayor en la plaza, aunque todo empieza por uno o dos que caminan solitarios por los arrabales, o por un coche madrugador que se pone en marcha.
Me gusta ver amanecer Segovia; disfruto cuando veo despertarse a la Ciudad, cuando, al salir del templo, la campana de las ocho entona su repetida melodía siempre nueva.