Ya sabéis que no. Muy borracha, demasiado influida, muy guarrilla me tendría que volver para llegar al caso.
¿Y por qué no ir de hombre? Ellos lo tiene más fácil: esmoquin o frac, zapatos marrones o negros, traje azul marino o negro, la camisa suele ser blanca, corbata cualquiera vale (no es necesario buscar zapatos y bolso a juego), chaleco opcional, el pelo como todos los días con un poco más de gomina o la raya al lado, pendiente si llevan el de siempre, ni pulseras, ni collares, ni chal, ni medias, ni maquillaje, ni depilarse. Si hay algo por lo que me hubiera gustado ser hombre es por eso.
Yo, un vestido de rebajas del Corte Inglés (me niego a gastarme un pastón en dicha prenda). Después empezó la batalla: para los zapatos necesité recorrerme las más grandes zapaterías de Madrid y las más pequeñas de Segovia, para el chal me recorrí todas las tiendas de telas o retales de Segovia y me tuve que conformar con lo más parecido, luego ir a la modista. Los pendientes en el “Brigitte Bardot” y no más bisutería. Esto se dice rápido, ¿pero sabéis la de tiempo que he gastado en comprar eso? Todo por ir bien vestida.
Medias ya tengo, pero suelen ser de usar y tirar pues no me duran más de unas horas. El maquillaje lo tengo del año pasado y me tiene que durar 5 años mínimo. El peinado lo dejaré en manos de la peluquería. La colonia se la quitaré a mi madre.
Cuando todo está listo veo una manchita, la doy con agua y en lugar de esfumarse se extiende. A unas horas de estrenar la mierda del vestido tengo un cabreo de los grandes. Y todo porque el mismísimo es de seda… ¡La seda para los gusanos!
Por cierto, las sandalias finalmente con tacón de aguja de 8 centímetros; lo nunca visto. Otro de los grandes sufrimientos que hay que pagar a costa de la elegancia.
……………………
Pasó el gran día, se solucionó lo de la mancha. Pero la peluquería fue de lo peor. Una hora y media de mi vida perdida, desesperada, sufriendo bajo un furioso secador que a la vez que abrasaba mi cuero cabelludo luchaba por alisar mi pelo. A contrarreloj, un semirecogido que parecía una patata frita. Esto me sirvió para tener las cosas claras: no vuelvo a ir a la peluquería.
Todo esto se dice rápido, ¿pero sabéis lo que os digo? Que trataré de que sea la última vez que me sucede. ¿La solución? La próxima vez voy desnuda.
Aunque tengo la tierna alternativa de volver a ser niña. Los niños van tan guapos y no se tienen que preocupar de nada.
La próxima vez que vaya de boda quiero tener 5 años.
P.D. Gracias infinitas a Sandra y a mi madre, que tanto han sufrido conmigo.
¿Y por qué no ir de hombre? Ellos lo tiene más fácil: esmoquin o frac, zapatos marrones o negros, traje azul marino o negro, la camisa suele ser blanca, corbata cualquiera vale (no es necesario buscar zapatos y bolso a juego), chaleco opcional, el pelo como todos los días con un poco más de gomina o la raya al lado, pendiente si llevan el de siempre, ni pulseras, ni collares, ni chal, ni medias, ni maquillaje, ni depilarse. Si hay algo por lo que me hubiera gustado ser hombre es por eso.
Yo, un vestido de rebajas del Corte Inglés (me niego a gastarme un pastón en dicha prenda). Después empezó la batalla: para los zapatos necesité recorrerme las más grandes zapaterías de Madrid y las más pequeñas de Segovia, para el chal me recorrí todas las tiendas de telas o retales de Segovia y me tuve que conformar con lo más parecido, luego ir a la modista. Los pendientes en el “Brigitte Bardot” y no más bisutería. Esto se dice rápido, ¿pero sabéis la de tiempo que he gastado en comprar eso? Todo por ir bien vestida.
Medias ya tengo, pero suelen ser de usar y tirar pues no me duran más de unas horas. El maquillaje lo tengo del año pasado y me tiene que durar 5 años mínimo. El peinado lo dejaré en manos de la peluquería. La colonia se la quitaré a mi madre.
Cuando todo está listo veo una manchita, la doy con agua y en lugar de esfumarse se extiende. A unas horas de estrenar la mierda del vestido tengo un cabreo de los grandes. Y todo porque el mismísimo es de seda… ¡La seda para los gusanos!
Por cierto, las sandalias finalmente con tacón de aguja de 8 centímetros; lo nunca visto. Otro de los grandes sufrimientos que hay que pagar a costa de la elegancia.
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Pasó el gran día, se solucionó lo de la mancha. Pero la peluquería fue de lo peor. Una hora y media de mi vida perdida, desesperada, sufriendo bajo un furioso secador que a la vez que abrasaba mi cuero cabelludo luchaba por alisar mi pelo. A contrarreloj, un semirecogido que parecía una patata frita. Esto me sirvió para tener las cosas claras: no vuelvo a ir a la peluquería.
Todo esto se dice rápido, ¿pero sabéis lo que os digo? Que trataré de que sea la última vez que me sucede. ¿La solución? La próxima vez voy desnuda.
Aunque tengo la tierna alternativa de volver a ser niña. Los niños van tan guapos y no se tienen que preocupar de nada.
La próxima vez que vaya de boda quiero tener 5 años.
P.D. Gracias infinitas a Sandra y a mi madre, que tanto han sufrido conmigo.