martes, 9 de agosto de 2016

LA LLEGADA. TERMÓPILAS



Termópilas, pequeña localidad griega famosa por una batalla, está en un entorno privilegiado donde la frondosa montaña y el mar casi se dan la mano. Además, haciendo alusión al nombre, hay cerca, detrás de una gasolinera abandonada, unas termas. En seguida se vislumbra la cascada que por el azufre desprende un constante y desgradable olor a huevo cocido y/o podrido. También son incómodos los numerosos y rebeldes mosquitos.

Es ahí donde comienza lo que fue un antiguo hotel y son esas instalaciones las que dan cobijo a 500 refugiados sirios y kurdos. Hace unos meses les metieron en un autobús y les dijeron que les llevarían cerca de Antenas. Su decepción fue muy grande cuando se vieron a más de 200 kilómetros y a 40 del hospital más cercano.

Ciertamente cuando uno oye ''campo de refugiados'' se imagina gente viviendo en tiendas de campaña y condiciones nefastas. Allí  los refugiados se albergan en los dos edificios del hotel y, aunque son antiguos, las condiciones en las que están no son excelentes pero tampoco las peores.

El día que llegamos nos dijeron que la gente estaba desanimada porque un día antes les habían dicho que tendrían que seguir ahí dos años más. Piensa que están ahí retenidos, como en una cárcel, que no pueden salir de Grecia.

¡Qué gente tan amable! A cada paso sonrisas, saludos calurosos... Al día siguiente de llegar invitaron a Mamen y a María José a comer. A ellos les proporciona el gobierno una comida de cátering que deja mucho que desear y los que tienen algo de dinero porque tengan algo de trabajo o por lo que sea suelen hacerse algo más comible. No tardé en sacar la guitarra. Se despertaron muchas sonrisas y los niños se acercaban a rasgar las cuerdas. Un niño estaba especialmente interesado en aprender. Entendí que en Idomeni  alguien le dio alguna clase o pasó tocando la guitarra y le cautivó. Me invitó a subir a su habitación; esa habitación es el hogar de una familia con tres hijos. Mohamed tenía mucho empeño e ilusión por aprender. Después llegó su madre, una mujer fuerte con un rostro muy dulce. Me invitó a café y a fruta, atendía a las clases... Llegó también una hija y su amiga; ella ponía canciones en el móvil y me pedía que las tocara. En otra visita me contaron que el padre y el hijo están en el hospital de Lamia porque el hijo lleva 15 días con fiebre.

Hay que tener en cuenta que, aunque tienen las necesidades básicas cubiertas, detrás de cada rostro hay una historia de terror, de huida, de tristeza... Solo ellos saben la historia desagradable que han vivido. Yo a veces les miraba y lo pensaba. Son gente como tú y como yo. Muchos tienen estudios superiores y tenían su trabajo y su vida normal hasta que la guerra lo cambió todo. Una joven contaba que ella pasó de quedar para tomar café en el Starbucks a vivir en un campo de refugiados. Una noche se sentó con nosotras una mujer y empezó a llorar. En su día la obligaron a ver cómo torturaban a su gente. Sus lágrimas me traspasaron.

Yo suelo dar de lo que me sobra. Ellos entregan lo poco que tienen, lo único que les queda. Algunos creen que podrán seguir su camino a Alemania,Holanda, etc. La realidad es que es muy complicado. Otros han empezado a poner a disposición de los demás sus capacidades y dan clase a los niños por la mañana. Uno ha hecho un improvisado puesto para vender comida.

Tras estar unos días en Termópilas nos fuimos a Antenas a conocer otras realidades pero ahora llevo en la mochila y en el corazón sus enseñanzas, sus rostros, miradas, historias...

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