Es el dinero que tenía en la cartera. En realidad no sabía cuanto llevaba, pero tras preguntar cuánto era la broma me ha dicho que 50€ y yo he sacado billetes, he volcado el monedero y tenía 49€ y 99 céntimos. Lógicamente, el centimillo me lo ha perdonado.
Y es que yo quiero escribir pero entre unas cosas y otras…
Hace dos semanas estaba en plena novena de la Fuencisla, esto es que durante 9 días (aunque he fallado alguno) he ido a la novena con misa inclusive a la Catedral a las 7 de la mañana. Esto hacía que al llegar la noche no tuviera ganas de Internet; consideré más oportuno dormir. Alguno puede pensar que estoy loca, que eso es idolatría o fanatismo puro, pero os aseguro que no adoro una imagen por muy guapa que sea la Virgen de la Fuencisla, que simplemente es amor de Madre, tiene algo que llama al encuentro.
Por fin tengo tiempo y surge un imprevisto. La semana pasada descubrí que tenía troyanos. Son virus que además de ralentizar el ordenador y volverle un poco loco, permiten el "acceso a usuarios externos" al ordenador. Le tuve que llevar al médico y me dijo que habría que formatear. No problem porque tengo dos discos duros y sólo perdía los programas y eso es fácil conseguirlo.
Y qué queréis que os diga, los virus son maravillosos: abren la mente, despejan, dan alas…
Y todo porque, a pesar de que lo echo de menos y me viene muy bien, me hace falta, etc. es maravilloso estar unos días en casa sin ordenador. Cunde más el tiempo, haces cosas que él no permite hacer porque termina absorbiendo. Tanto ha sido así que incluso he empezado a leer un libro de Benedicto XVI.
Hoy, tras esa factura de 50€, me han devuelto el ordenador, y aquí me tiene colgada ante su pantalla.
Tengo ganas de contar muchas historias y no quiero aparcar ninguna. Espero que, pasada esta racha, pueda escribiros con más asiduidad.
Nos vemos entre las nubes.
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