viernes, 20 de septiembre de 2013

UN PASEO POR DAKAR


Dakar es una ciudad con olor a carburante y sabor a mango. Su banda sonora es la del imán que a cualquier hora sorprende con sus rezos. El color no está definido; lo ponen sus gentes, ya sean las mujeres con sus vestidos de vivas telas, los puestos de fruta, zapatillas o qué se yo. También lo conforman el cielo que con sus nubes dibuja formas variopintas, el sol que con su movimiento añade diversos tonos contrapuestos a la lluvia que paraliza la vida en las calles, las ceibas y otros árboles o el mar. El carácter es alegre y amable gracias a la gente.

La gente... Nunca olvidaré a esa gente: a los que pregunté y en vez de darme indicaciones apuntando con el índice me acompañaron hasta la puerta de la tienda; a aquellos con los que, gracias a que hablaban inglés, pude entablar conversación, me invitaron a sentarme a su lado o, como aquel afable vendedor de palomitas, no me querían cobrar; aquella mujer que a pesar de regatear por unos mangos e irme sin comprar me saludaba cada día. Difícil es olvidar a tanta gente que hacía vida en la calle, en especial a los que me encontraba en la Route de Fann, “mi calle”, y sus perpendiculares: los tejedores que trabajaban casi sin parar de lunes a domingo, los vendedores de café, galletas, móviles, bolígrafos y todo lo que uno pueda imaginar; los pintores de manteles, las vendedoras de mangos, maíz o cacahuetes, como aquella adolescente que amablemente nos atendió en una ocasión.

Moverse por Dakar da mucho juego: puedes montar en un autobús o en un “car rapid”, esa furgoneta con ojos y multicolor, con nombres y fotos de marabús en las que, formando un tetris, podía entrar y sentarse mucha gente. Qué decir de los viejos taxis amarillos y negros, la mayoría destartalados, con la luna o las puertas rotas; regateando te llevaban a cualquier parte, eso sí, siempre cogiendo aire, mucho aire ante la loca circulación o los cruces sin señales, semáforos ni rotondas. Eso sí, puedes montar en un taxi con la gran tranquilidad de que te van a llevar a tu destino, vayas sola o acompañada, sea de día o de noche (aunque a partir de cierta hora, si no te llevan es que ya no les apetece trabajar); esto es algo que no sucede en cualquier lugar.

La religión envuelve la ciudad y lo que conozco del país. Llegué en pleno ramadán y cada mañana a las 5:30 me despertaba el imán. A las 6 repicaban las campanas de la iglesia con fuerza y 10 minutos después un pájaro con canto curioso me impedía seguir durmiendo. Podía ir a una tienda y encontrar al tendero con la alfombra extendida rezando, pero si hay algo que  me impresionó fue aquel día que, yendo a la estación (no te imagines una estación de autobuses, sino un solar con cientos de coches de 7 plazas “sept place”,furgonetas y autobuses, cada cual más viejo), a eso de las dos encontramos filas interminables de hombres que habían dejado por un momento su puesto de trabajo frente a su alfombra rezando en medio de un profundo silencio; eso es para verlo. Pero la fe de los cristianos también conmueve, y su forma de manifestarla con cantos bellos y alegres, perfectamente armonizados y acompañados por djembés y otros tambores, con un gran respeto, inclinaciones de cabeza y mucha sencillez. Aún así, lo que más me sorprende de Dakar y de los lugares que he conocido de Senegal es el respeto entre las religiones: ser cristiano o musulmán no es impedimento para entablar diálogo o amistad, no supone rivalidad alguna... Es admirable.

Es difícil describir una gran ciudad en unas líneas, pero puedo añadir que si metes en una gran ensaladera un puñado de taxis, otro de carros de caballos, un kilo de cabras, 5 de mangos, un montón de gente (mujeres guapas y arregladas y hombres con vaqueros o túnica y bonet) y tiendas, muchas tiendas, casi tantas como viandantes, si añades edificios de diversos tipos (nuevos y viejos, grandes y pequeños), mezquitas, chabolas, carreteras y arena, todo bien batido, sale Dakar.

Os dejo con un vídeo ilustrativo.

Un paseo por Dakar from Pili Vanili on Vimeo.

1 comentario:

Ana Cristina Herreros dijo...

No me extraña que creas en las hadas... Tú eres un hada. Yo, desde aquel vermut en la Pouponiere, también creo en las hadas...