Aquel día me
levante a las 5:30, me duché, cerré las maletas y bajé al módulo de bebes. Pasando por el
comedor, me vieron algunos niños y salieron corriendo a abrazarme. Después entré
al módulo, y la pequeña “Chochi” me recibió con una gran sonrisa de esas que
desprenden luz y calor. Me dio mucha alegría ese regalo, pero en esta ocasión
la alegría iba acompañada de tristeza. Agarré al pequeño de la familia y le
cubrí de besos y así hice con cada uno de los 9 pequeños. Cada vez que llegaba
a uno me recibía con cara risueña; les alegró que les visitara tan pronto, cuando
todavía estaban en sus cunitas; no sabían que se tratara de una despedida, no
sabían que había ido solo por un mes, ni que tardaremos mucho en volver a
vernos. No sabían que al día siguiente no llegaría a jugar con ellos.
Luego subí a dar un
“puñao” de besos a los que desayunaban, compañeros de juegos durante un mes.
Fui a por las
maletas, di los buenos días a las hermanas, salí de la casa y ahí esperaban las
niñas para ir a la escuela; hoy nos llevaría Sergio en el carro. Montamos; las
niñas iban atrás, yo miraba por la ventanilla y disfrutaba viendo cómo se regocijaban
de que aire les acariciara. Las dejamos en el cole y me despidieron con un “no
te vayas” que se clavaba como una aguja. A la puerta estaba el carro del profe
Anjuria, amigo con el que comparto un
cariño inmenso hacia los niños del hogar.
Llegamos a la
Litegua, que es en Puerto Barrios lo que en Segovia la Sepulvedana y esperamos
que saliera el bus mientras el chófer negociaba con las hermanas la compra del
su carro. Montamos en el bus, dormí un poco y me puse a pensar y a escribir
esta historia mientras miraba cómo los árboles formaban un pasillo cual cruce
de espadas. Sabía que al llegar a España, el paisaje estaría agostado por la
sequía y por la crisis. Aquí no se oye esa palabra porque saben ser felices con
lo poco que tienen, o porque con lo poco que tienen han sabido ser felices.
Soy una persona de
las que nunca llora en las despedidas, y sin embargo esta me cuesta, me sabe a
vinagre en la heridas sobre todo porque, por experiencia, es muy probable que
no vuelva a ver a algunos de estos niños y de la gente que he conocido y
conozco, incluso aunque vuelva... Eso es lo que me cuesta: crear lazos, hacer
amigos, descubrir hermanos, y con las mismas separarme y dejar que el destino
decida si es un “adios” para siempre.
En unas horas
estaré en el avión y cuando publique esta historia ya estaré en casa, pero no
olvidaré que el vinagre en las heridas viene tras haber disfrutado de holas de
espuma blanca, de la compañía de “ángeles caídos del cielo”, de…
2 comentarios:
Hermosa... Que Dios bendiga tu labor... tu cariño hacia los niños, y cada sonrisa que produzca tu compañía y los recuerdos que dejas en el tiempo... un besaso de Venezuela.
Tía, que grande eres.
Publicar un comentario