jueves, 2 de agosto de 2012

A QUÉ SABEN LAS DESPEDIDAS


Aquel día me levante a las 5:30, me duché, cerré las maletas y bajé al módulo de bebes. Pasando por el comedor, me vieron algunos niños y salieron corriendo a abrazarme. Después entré al módulo, y la pequeña “Chochi” me recibió con una gran sonrisa de esas que desprenden luz y calor. Me dio mucha alegría ese regalo, pero en esta ocasión la alegría iba acompañada de tristeza. Agarré al pequeño de la familia y le cubrí de besos y así hice con cada uno de los 9 pequeños. Cada vez que llegaba a uno me recibía con cara risueña; les alegró que les visitara tan pronto, cuando todavía estaban en sus cunitas; no sabían que se tratara de una despedida, no sabían que había ido solo por un mes, ni que tardaremos mucho en volver a vernos. No sabían que al día siguiente no llegaría a jugar con ellos.

Luego subí a dar un “puñao” de besos a los que desayunaban, compañeros de juegos durante un mes.

Fui a por las maletas, di los buenos días a las hermanas, salí de la casa y ahí esperaban las niñas para ir a la escuela; hoy nos llevaría Sergio en el carro. Montamos; las niñas iban atrás, yo miraba por la ventanilla y disfrutaba viendo cómo se regocijaban de que aire les acariciara. Las dejamos en el cole y me despidieron con un “no te vayas” que se clavaba como una aguja. A la puerta estaba el carro del profe Anjuria, amigo  con el que comparto un cariño inmenso hacia los niños del hogar.

Llegamos a la Litegua, que es en Puerto Barrios lo que en Segovia la Sepulvedana y esperamos que saliera el bus mientras el chófer negociaba con las hermanas la compra del su carro. Montamos en el bus, dormí un poco y me puse a pensar y a escribir esta historia mientras miraba cómo los árboles formaban un pasillo cual cruce de espadas. Sabía que al llegar a España, el paisaje estaría agostado por la sequía y por la crisis. Aquí no se oye esa palabra porque saben ser felices con lo poco que tienen, o porque con lo poco que tienen han sabido ser felices.

Soy una persona de las que nunca llora en las despedidas, y sin embargo esta me cuesta, me sabe a vinagre en la heridas sobre todo porque, por experiencia, es muy probable que no vuelva a ver a algunos de estos niños y de la gente que he conocido y conozco, incluso aunque vuelva... Eso es lo que me cuesta: crear lazos, hacer amigos, descubrir hermanos, y con las mismas separarme y dejar que el destino decida si es un “adios” para siempre.

En unas horas estaré en el avión y cuando publique esta historia ya estaré en casa, pero no olvidaré que el vinagre en las heridas viene tras haber disfrutado de holas de espuma blanca, de la compañía de “ángeles caídos del cielo”, de…